viernes, 21 de marzo de 2014

Ser otoño

Soy como el otoño, dorado ocre, danzante, crujiente y templado.
Soy como el otoño, mi cuna fueron esas hojas secas amontonadas, confortables; hojas de muerte, de renovación, de vida. Hojas que aun hoy me sacudo cada tanto, para quedarme desnuda sucesivamente pero mejor que la vez anterior.
Soy como el otoño en esos días en que llueve pero no llueve, que refresca pero no refresca. En esos días en que los esqueletos de los árboles producen sombras tétricas o aquellos en los que la humedad del piso espera silenciosa jugarle una mala pasada a las suelas de zapatos ingenuos.
También tengo paisajes de otoño, esos que te hacen respirar profundo para sentir que entran por completo en tus venas o en tu memoria, esos que te empalagan porque ya no alcanzan los demás sentidos para seguir describiéndolos. Paisajes que logran que juegues como un niño, que des vueltas, caigas y vuelvas a levantarte.
Muchas veces, aunque parezca que no, florezco y tiño del algún osado color el pálido lienzo. Y no es menor este hecho, porque mi florecer lleva consigo muchas muertes de hojas, hojas que hoy forman esa cuna confortable para otro otoño.

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